#Futbol

…Y el barrio volvió a ser feliz

Juegan los chicos. Hacen “tortitas” de barro en la vereda, mientras “la doña”, apura la masa para las tortas fritas del domingo. Se acerca la hora del partido, y los “trapos” azulgranas colgados desde las ventanas de las casas del barrio son parte de la escenografía. En algún otro punto de la zona, un puñado de pibes juegan con una pulpo; gambetean rivales, compañeros, y algún perro que pasa corriendo entre ellos. Todos llevan una camiseta puesta. Todos albergan una esperanza.

La historia se repite una, diez, cien y mil veces. Las paredes de las viviendas y las calles angostas del barrio son fiel testigo, de un color que nació y estará con ellos siempre. Desde que comenzó a rodar el fútbol de forma oficial en la década del 40, hasta este campeonato Nº70, que se denominó Italo Calcagni, Defensores siempre ha sido protagonista. No siempre fue en la buena. Tuvo que “remar”, y pasar por el ascenso, pero siempre estuvo. Con su temple, con su garra, con su juego. Con su gente.

En el 2003, aparecieron dos valores de su casa. Ceferino Rivas y Maximiliano Antonio para gritar campeón. Pocos pensaron que el más ganador de la liga, iba a estar tanto sin coronarse. Pero los torneos fueron pasando, y siempre Defensores quedaba a las puertas.

Entonces la comisión fue por Julio Galeano. Conocedor de esa cancha que lo tuvo como protagonista. Conocedor de ese barrio que lo tuvo, como uno de esos tantos pibes que corría detrás de una pelota. Y ahí estuvieron Tolosa, Ortellado y Pereyra, campeones en el 2003, y ahora. Y se sumaron los cruces de Amoroso, el juego de Soria, los piques de Colombano, los goles de Fernández, las apiladas de Naser.

Fue juego y a un paso de la gloria. Fue “cachetazo” en su casa, y casi la nada. Fue despertar a tiempo, y ganar ante un digno Maderense en tercer partido. Entonces todo vuelve a lucir en los barrios populares, del club popular, del más popular de los deportes.


Con la cara cubierta de tierra, ensayando y soñando un enésimo gol más, van los pibes de la barriada. Brillan los ojos blancos, con la ilusión de un día ser ellos protagonistas con la azulgrana en la cancha. De fondo se escucha que “la doña” grita que esta la comida, que es tiempo de sentarse a la mesa. Una risa brota desde lo profundo del pueblo, y entonces, “el barrio volvió a ser feliz”.