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Atlas, el equipo condenado a no tener ni un día de gloria



Por Juan Manuel Trenado | canchallena.com
Se supone que en las finales se cuentan historias victoriosas, de grandes campeones. En este caso, del ganador de un reducido por el ascenso. Liniers, que ganó 3-2 y acaba de recuperar un lugar en la primera C, merece el reconocimiento. Sin embargo el foco es Atlas. Porque nunca había estado tan cerca. Porque parecía que el maleficio se rompía después de 50 años de frustraciones. La fecha, 30 de noviembre, era la que iba a marcar un antes y un después. pero pasó lo de siempre. Sólo decepción para un equipo condenado a no tener ni tan siquiera un día de gloria. Encadenado eternamente en la primera D.

También en noviembre, pero en 1991, Esteban Ángel Andrada venía perdiendo seguido con el delantero que atacaba por el sector derecho de la defensa. Partido de pierna fuerte y casi perdido a un par de minutos del final. Petiso, corría sacando pecho como si necesitara demostrar que no lo iban a pasar fácil a pesar de su estatura. Alguna palabra de más le hirvió la sangre y se descontroló. En el siguiente cruce con el wing izquierdo se tiró con los dos pies para adelante, directo a las canillas rivales. El atacante sintió el impacto y se acurrucó en la gastada cancha, con tantas piedras como pasto, gritando de dolor. El sonido del choque fue mucho más alarmante de lo que en realidad pasó.

Peor fue lo que pasó afuera. Un hincha de Riestra, pegado al alambrado, a no más de dos metros del jugador, comparó a Andrada con un equino y le dedicó algunas palabras a la mamá. Un hombre canoso, a su lado, defendió el honor de la familia: "¡Ese es mi hijo!", gritó el viejo Andrada al mismo tiempo que lo tomó del pelo y le aplastó la cara contra el alambrado. Ni siquiera reparó en que tenía anteojos.

Los veinte simpatizantes visitantes bajaron en avalancha de la tribuna y antes de que los tres o cuatro que intentaban detener la gresca pudieran hacer nada, Andrada, que había sido expulsado por su temeraria acción, estaba ahí cruzando golpes como si estuviera en una esquina del Barrio Las Flores, en Moreno. Los dos policías que había en la cancha apenas atinaron a tomar distancia y menear la cabeza como diciendo: "Ese no es nuestro problema".

El asunto terminó entre empujones e insultos cuando el plantel y los hinchas de Riestra se subieron al micro para irse. Algunos hinchas y varios jugadores de Atlas (superaban en número a los simpatizantes), los despidieron con una lluvia de piedras.
Cánepa y Oscar Martín, campeón del mundo con Racing en 1967.

El reality show que desde hace 10 años se emite por Fox Sports y que sigue cada minuto de la vida de los jugadores de Atlas, bautizó a los deportistas como "Los Guerreros", apodo vinculado con cuestiones de garra deportiva y no con aquellas habituales escaramuzas del fútbol de ascenso de nuestro país.

El programa encontró atractivos mediáticos en un costado que muchos clubes preferirían ocultar. "El último de los últimos", repitió una y otra vez Maxi Ambrosio, creador del show y hoy presidente del club. La frase refleja bien las penurias del equipo que ayer perdió 3-2 la segunda final del torneo reducido para conseguir la plaza en primera C. El peor equipo de la Argentina. Ese parece ser Atlas. Y así se lo presenta en el programa que le cambió la vida.

Es que las desventuras de Atlas lo ponen en situaciones ridículas. Tales como que el jugador más representativo en la última década sea nada menos que Wilson Severino, el mismo hombre que, cuando actuaba para Central Ballester, lo mandó al descenso en 2004, cuando marcó un gol en el último minuto de un partido definitorio. Para el que no es seguidor del fútbol del ascenso, vale aclarar que "mandar al descenso" en la peor categoría, la D, significa un año de desafiliación de la AFA. Severino, que tiene 35 años, entró ayer unos minutos en el final del segundo tiempo para tratar de dar vuelta una historia que estaba definida. Casi predestinada.

Atlas fue fundado en 1951, pero se afilió a la AFA en 1965. El club fue construido por Ricardo Puga. No es el sentido figurado que se da a las personas más importantes en la vida de cualquier institución. Puga literalmente construyó la cancha solo. Ocasionalmente recibía la ayuda de algún vecino de la zona del barrio Los Naranjos, en General Rodríguez. Hasta la única tribunita lateral la hizo el Viejo Puga. "Tiraba los ladrillos, los atajaba, hacía la mezcla, todo. No te estoy exagerando. Todo lo hizo. Ninguno de los dirigentes que laburamos después le llegamos ni a los zapatos a Puga", comenta Ricardo Cánepa, ex presidente y el socio más viejo del club.
Atlas, cola de perro

En Atlas no hay recuerdos gloriosos. Nadie rememora con orgullo alguna final ganada o un triunfo trascendental. Es más, varios recuerdan que entre septiembre de 1983 y marzo de 1985 pasó un año y medio sin ganar ni tan siquiera un partido.
El recorte de Súper Fútbol con la mención al peor equipo del fútbol argentino.

Es el equipo que más veces finalizó en la última posición (14) y el que más veces fue desafiliado (7). En el año 1987, la recordada revista Super Fútbol, en un informe especial sobre la primera D, le dedicó un recuadro titulado "Atlas, cola de perro".

Este lunes el estadio Ricardo Puga recibió a ex jugadores que no se querían perder el día más importante de la historia del club. El ex capitán del equipo en los 80 y director técnico en los 90, Roberto De Simone miró con algo de sorpresa esa tribuna tubular que levantaron especialmente para este partido. Y hasta hubo visitas ilustres, como la de Oscar Martín, capitán del Racing campeón del mundo en 1967, que tiene 81 años y se dio un gran abrazo con su amigo Cánepa.

Allí estaba, también, Fabio Sarmiento, un colombiano que hace 10 años empezó a ver el programa "Atlas, la otra pasión" en su país y que se hizo hincha a la distancia. Las circunstancias lo trajeron a Buenos Aires; es médico y trabaja en el hospital Fiorito. "Yo soy de Sabanalarga, que está a 50 kilómetros de Barranquilla. Jugué en el equipo del pueblo, que está en la categoría más baja de Colombia, la primera C, pero que es regional, no está ni siquiera afiliada a la Federación Colombiana. Y es un equipo así, de barrio, como Atlas".

Debe ser un caso único en el mundo, porque Atlas casi no tiene hinchas en el país, pero sí muchos fronteras afuera. "Tenemos anotados 300 socios, pero que estén con la cuota al día deben ser 30", dice Cánepa. Y describe el alcance internacional con una anécdota: "Para representar a la AFA me tocó viajar a varios países en Sudamérica. Estuve en el Mundial de Brasil. ¡No te imaginás lo que es Atlas en Perú, Colombia o Bolivia! La gente me ve y quiere sacarse fotos conmigo porque salí en la pantallita. Acá entro a mi casa y no me reconoce ni mi nieto. Es increíble lo que hace la tele".

Es así. De los 80 para acá, en ese ir y venir en el tiempo, muchas cosas han cambiado. La pared que da a la vivienda de Marcos, el canchero, es de material y ya no hay demoras por la invasión de gallinas que se escapaban de su casa. Los paredones que están muy cerquita de la cancha están cubiertos por colchonetas para evitar accidentes, se estrenaron en esta final ("Los puso la AFA, nosotros no hubiéramos podido pagarlos", acota Cánepa). Un partido de Atlas, en el estadio Ricardo Puga, fue televisado por primera vez en la historia. La concurrencia fue la mayor de todos los tiempos. Unas 1500 personas. Y el operativo de seguridad, con 120 personas también fue distinto. No sólo habilitaron el buffet, sino que abrieron también el que está debajo de la tribuna. Se vendieron más hamburguesas, choris y gaseosas que nunca. Hace 25 años, en algunos partidos iba tan poca gente que no valía la pena abrirlo. Para tomar una bebida había que caminar varias cuadras. Hoy los baños para el público tienen techo y los jugadores no tienen que cruzar por ahí para llegar al vestuario.
Paquete, el hincha N° 1 de Atlas. Foto: Gentileza Agustín Suárez

Se acreditaron más periodistas que nunca y hasta hubo tres transmisiones telefónicas en inglés; de esas personas que trabajan para casas de apuesta y relatan en código desde los goles hasta las tarjetas amarillas. "Si podés conseguir varios partidos, rinde. Cobro según la agencia, pero el promedio es de unos 50 euros por partido", contó un muchacho que prefirió no dar su nombre para evitar dificultades legales al tiempo que preguntaba preocupado si seguían "cinco amarillas contra cuatro".

Pero otras cosas siguen igual. Ese tumulto del final, con el árbitro Yael Falcón mostrándole la roja a Matías Báez descontrolado, hizo recordar tantas otras reacciones de impotencia, como aquella de Andrada. Marcos sigue siendo el canchero, por ejemplo. La estructura de la cancha no cambió demasiado, aunque los alrededores están más poblados. Paquete, emblemático hincha de Atlas -un poco más viejo, claro-, sigue haciendo las locuras de siempre. Como ayer, que apareció con la cara pintada y con los nombres de los jugadores escritos en la ropa. Falta Puga, que murió en 2009, pero el viejo y oxidado cartel con su nombre resiste el paso del tiempo en una de las paredes. En la primera fecha del torneo de 2016, todo volverá a ser más parecido a los viejos tiempos, sin tanta euforia rodeando un partido del Marrón... Mientras tanto, Atlas sigue sin poder ganar un partido importante. Hay cosas que nunca cambian.