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Un audaz desobediente



El pasado miércoles nos enteramos del fallecimiento del vecino Pedro Avendaño, un pehuajense de 79 años de edad que en sus tiempos supo mostrar notables condiciones técnicas para la práctica del fútbol. Sí, murió “El Chupa”.

Iniciado junto a tres de sus hermanos en el Club Atlético General San Martín, rápidamente demostró excelentes cualidades futbolísticas que lo llevaron a ser muy requerido para lucir las casacas de otras instituciones locales y regionales.

Seguido por muchos aficionados y pretendido por varios dirigentes, no parecía tener techo en su proyección ascendente y así partió hacia el sur del Gran Buenos Aires en búsqueda de un lugar en una de las entidades deportivas de mayor predicamento en el país: Racing Club, conocida como “La gloriosa Academia” para sus seguidores. Eran tiempos en que la prestigiosa institución de Avellaneda contaba en sus filas con un jugador extraordinario: Osmar Orestes Corbata, quizá el mejor wing derecho argentino de todos los tiempos, o al menos uno del podio mayor de la historia, según gustos y preferencias. Y allí estuvo Pedro, buscando ese lugar con la casaca albiceleste racinguista que, finalmente, no pudo conseguir.

El fútbol pehuajense lo tuvo defendiendo los colores de Deportivo Argentino en los años ’50, y también los de Defensores del Este, cuyo plantel lograría el pentacampeonato entre 1956 y 1959, y si bien Pedro no estuvo en los cinco títulos, sí fue parte importante de esa historia.

A mediado de los años ’60 retornó al fútbol lugareño para jugar nuevamente en Deportivo Argentino, cumpliendo notables actuaciones que le valieron ser llamado en varias oportunidades para ser parte de la selección albiceleste local, casaca que defendió como titular en el campeonato argentino de 1966 donde el conjunto pehuajense resultó eliminado muy tempranamente.

En esa misma temporada, luciendo la casaca azul, fue parte del plantel que obtuvo el máximo lauro en el torneo oficial de 1966, donde contribuyó con varios goles que contaron con su sello distintivo y dejaron su nombre grabado en la historia de la mencionada institución que, después de muchos años de lucha, lograba su primer campeonato.

También en Trenque Lauquen había cumplido destacadas actuaciones participando para “Las Guasquitas” e integrando la selección roja que participó en el campeonato argentino en 1962.

Tras coronarse con Deportivo, pasó a Fútbol Club Bellocq de la Liga de Carlos Casares, donde también consiguió gritar campeón en 1967, dándole una enorme alegría a la gente de dicha localidad casarense que, siempre lo recuerda con gran afecto.

Regresó a Deportivo Argentino e integró el seleccionado pehuajense, en esta ocasión con miras hacia un nuevo campeonato argentino a disputarse en el primer cuatrimestre de 1968.

Su labor resultó importante, aunque el representativo local quedó al margen del torneo en el segundo cruce.

Su estrella se fue apagando rápidamente cuando pasó los 30 años de edad, tiempos que sólo los chispazos de un talento innato y admirable para dominar la pelota, intentaban disimular la inobjetable merma en el rendimiento físico en una curva descendente que parecía acelerarse día a día. Pero aún así contaba con aquéllos que concurrían a la cancha para verlo, y a disfrutarlo, porque tenía todas las condiciones para divertir y establecer, desde su habilidad, un diálogo tácito con el público.

Nunca pudo encajar en la rigidez de una conducta disciplinada en el cuidado físico, ni tampoco tomó al fútbol con el dramatismo que suele exigir la necesidad de obtener buenos resultados, porque entendió a ese deporte como un juego y pretendió divertirse, como un simple jugador, sin creerse una estrella, dado que desde su humildad de barrio nunca buscó volar más allá del reconocimiento del aficionado que iba a verlo donde jugara. Porque Pedro jugaba. ¿De qué? De jugador puro. De futbolista genuino. De desobediente natural. De esos que se empecinan en quebrar los esquemas más sólidos a base de habilidad, de abrir las defensas más cerradas mediante la maniobra imprevisible que sorprende, y de improvisar sobre la marcha, sacando de su interior creativo lo mejor de su bagaje futbolístico. Y lo logran. Por eso los llaman: crack.

La infausta noticia nos dijo que el pasado miércoles se apagó su vida terrenal. Quedó un enorme vacío en el mundo del más popular de nuestros deportes, y se agigantó su recuerdo para siempre.

Se fue “el Chupa”, uno de aquellos desobedientes que hicieron que el fútbol gustara como espectáculo más allá del deseo de ver ganar a un equipo. ¡Esos sí que eran ídolos! Y el Chupa fue uno de ellos.



Roberto F. Rodríguez