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El día que Roberto Baggio estuvo en Beruti



En Junio de 1992 la máxima estrella del fútbol italiano cerró más de cien años de recorrido italiano en la llanura pampeana y chequeó en vivo y en directo como el ADN piamontés seguía intacto: esa cosa tan tana de juntarse a comer en familia en mesas largas hechas de tablones y caballetes, bien regadas, y con risas que adornan recuerdos. Cuando alguien nombra Baggio en Beruti nadie piensa en el jugo.

Por Federico Tártara

Un muchacho que no supera los 25 años edad, que viste un pullover abultado color salmón, con pelo corto delante, pero que se complementa largo y se ata con colita blanca, baja de una camioneta tipo Jeep y entra al salón del club GIAT por calle Manuel Dorrego. Luce un bigotito mínimo y muy cuidado. Lo trajeron un poco engañado, tanto que hasta él lo sabe. Desde fuera ya se sienten las luces amarillas, expectantes. Antes de entornar la puerta -paradójicamente- se escucha apenas el murmullo de las más de 350 personas que están correctamente sentadas en más de una docena de mesas. Parece una fiesta sorpresa. Entra y sus ojos verdes recorren los tablones, las mesas, los sifones de soda, las ensaladas, el pan y el vino. Tiene, el futbolista, un profundo dejabu que lo remite a su infancia en Caldogno, un municipio de poco más de 10 mil habitantes de la provincia de Vicenza, Italia. Claro, reconoce inmediatamente esa cosa tan tana de juntarse a comer en familia en mesas largas de tablones y caballetes, bien regadas, y con risas que adornan recuerdos. Il Divino está en Beruti. Y nadie lo puede creer.


La noche recién comienza, y hace un frío que nubla la vista. La máxima figura del fútbol italiano -que viene de meterle un par de goles al Milan, con la camiseta de la Juventus-, eligió para descansar un lugar del globo que de manera extraña hace que retroceda en el tiempo. Beruti es un enclave piamontés, por lo que el ADN Italiano tiene un revival cuando ya pasaron más de 100 años de la fundación de la Colonia “La Luisa”. Todo parece de mentira, cuando recién comienza a entender el amor berutense.


El 10 camina esquivando niños, sillas y tablones. Avanza junto a su padre Giorgio Baggio, su hermano Eddy Baggio, el Presidente del Parma, Giorgio Pedraneschi, el DT del Parma, Nelvio Scala, y los acompañantes para la visita de ocasión Giussepe Destefani, Alberto Destefani y Arduino Maccatrozo. Miguel Ángel “Chingo” Parrotta cierra la comitiva y en una de las fotos aparecerá señalando a Baggio como diciendo “es él y no lo podemos creer”. Más adelante, va abriendo paso Edgardo “el huevo” Fernández y Aníbal Barthé, Secretario y Presidente del Club GIAT. Se sienta en una de las mesas que da para la secretaría. Casi de costado, y algo alcanza a comer de esas pizzas y sandwich. Es Martes 30 de Junio de 1992, y detrás de él hay una bandera argentina que casi le toca el cabello.

Ese día, Juan Tártara tiene apenas 7 años, y no mide más que 1 metro 40 centímetros, lo que le da una buena versatilidad para arrojarse por debajo de la mesa donde come Baggio y salir airoso por el otro lado con una servilleta de papel en manos, y ya firmada. Para no acobardarse en cuestión de segundos, entrega unas tarjetas de cartón donde luce la camiseta de barras blanquinegra. Su firma, estampada en uno de los laterales con letra prolija de tinta negra.


En el salón hay más de 350 personas que prepararon todo con sigilo durante 15 largos días. Roberto siempre estuvo en Beruti. No quiso ir a dormir al “Hotel Simón”, o al “Pailla Hue”, en Trenque Lauquen, sino que sus ojos también se cerraron en una casa centenaria, pero del otro lado de la vía. Detrás de la estación, cerca de la quinta de Juan Ramón. En ese lugar, lejos de las cámaras, flashes y presiones, hasta llegó a ponerse la camiseta del Parma, y también se sacó una foto que jamás circuló. Dios gracias, sino seguro que -a la vuelta- la pasaría realmente mal con los Ultra Drughi en Turín.


Comienza la ronda. Y los anuncios. Walter Prestifilippo, capitán de la Tercera División, le entrega banderín y diploma a Edy Baggio, que juega en Fiorentina compañero de Gabriel Batistuta, con sus apenas 17 años. Luego Rubén “Burro” Mansilla, capitán de la Primera, le entrega banderín y diploma a la estrella de la noche. El jugador del fabriquero se pone la camiseta del Parma; a poco de cumplir 50 años de fundación se adoptan nuevos colores. De todas maneras, el color azul continúa presente en las flamantes camisetas italianas de largas mangas largas.


Quiero que juegues en el Parma

Ahora habla en castellano Giorgio Pedraneschi, imparable, tano total, irredento. Sostiene en su mano izquierda un pucho a medio fumar que zamarrea cuando acentúa sus vocales. Sigue. Cuenta de la importancia de Baggio, de su calidad humana, de su calidad como jugador, y suelta -de una forma tan diplomática- una bomba:


-Tenemos la esperanza de que antes de que termine su carrera deportiva, Roberto juegue en nuestro club.


En cuestión de minutos, el salón de festejos de Beruti pasa a la historia por el tamaño pedido que todos acaban de escuchar. De todas maneras, el equipo de la fábrica lechera no es aún el ganador de la Copa UEFA, de los Scudettos, de la mano de los argentinos Hernán Crespo y de Sebastian “la bruja” Verón, sino que, para estos tiempos, milita de mitad de tabla para abajo. Ahí, una gran explicación.


Luego, el vocero del equipo italiano anuncia que dona el equipo completo del Parma para GIAT. 16 Camisetas, 16 pantalones y 16 pares de medias, para que el fabriquero use en la liga trenquelauquense de fútbol. Además, entregan para el club la suculenta suma de 5.000 dólares y, para la Escuela Nº 7 “Hipólito Irigoyen”, 2.000 dólares.


Llega el momento de la noche. Son esos instantes que deben cumplirse para la emoción en el aquí y ahora, pero que también materializan -y funcionan como reaseguro- en relación a las emociones futuras, teñidas de recuerdos. Las luces parecen que alumbran más amarillas que nunca, el humo del cigarrillo ya mutó en espesa niebla. Miro esa imagen, con 8 años, desde una mesa del otro extremo, cerca de la puerta del reservado. Primero aparecen los colores, luego el número 10, y finalmente puedo advertir la publicidad de la casa de ventas “UPIM” en el centro. Están esas barras blancas y negras tan características que se han visto por años, por citar solo un ejemplo, en el pecho del inagotable jugador francés Michel Platini. Tiene del lado del corazón dos estrellas mínimas. Se la entrega a Aníbal Barthé, dueño de un almacén en el pueblo, ubicado frente a la comisaría. Alguien sugiere que falta algo, importante. Robi se para, se afirma en la mesa, mira a la gente, recorre las caras y deja una marca indeleble en el imaginario popular de una localidad cercana a la provincia de La Pampa. Escribe: “Con cariño, Baggio”.

El predio del club GIAT ocupa media manzana. Sí se lo mira de arriba tiene forma de herradura. En la base está la parrilla perpendicular a los otros salones, pero en la misma dirección que la cancha de Fútbol 5 (“el playón”) y la de Paddle. En ese lugar se calcula que ya se llevan asados más de 30 mil lechones, corderos, pollos y grandes trozos de carne de vaca. Es una simple cuenta, cuando ya son como mínimo más de 30 años que las brasas arden, al menos una vez por semana. En uno de los lados de la herradura está el salón principal. Tiene un escenario de tablas en una de sus esquinas, y al lado -pero en altura- está aún la cabina de proyección de películas, ya que durante la década del ´50 y ´60 fue Cine. Del otro lado, está la afamada cantina, que es aún más rectangular, y está dividida. De un lado, el largo mostrador de mármol y madera, con la heladera clásica marrón oscura con las manijas de acero, cerca las mesas tipo rombo, con ceniceros incrustados y con cuerina bordó brilloso, que han visto pasar las más inolvidables e interminables partidas de mus y truco, hasta que los gallos canten. Al célebre reservado, se accede tras pasar una puerta vaivén, como la de las películas de Cowboys.


En este pequeño reducto se han pergeñado los planes y las elucubraciones más ambiciosas de los habitantes locales y aquellos extraños, y asiduos, visitantes. Además, vale indicarlo, se han ahogado las penas más profundas vino mediante, y pucho intermitentemente encendido. Un fuego que durante largo tiempo, se confundió con el que despedía una salamandra emplazada en una de las esquinas, donde cualquiera podía alimentarla mientras contemplaba la magia de un atardecer, y bebía solo para soplar la imaginación. Del otro lado, están los trofeos, en un mueble pesado, pero de maderas finas, y con vitrinas espaciosas. Antes, estaban en Secretaría pero se trajeron para acá para que se luzcan. Arriba los cuadros, según fueron pasando los años, los equipos, los jugadores y hasta las modas: los pantalones cortos mínimos blancos, y las fotos de los jugadores luciendo las camisetas del Parma que se recibieron la noche del 30 de Junio del año 1992. Y arriba del todo, bien arriba, estuvo por un largo tiempo la camiseta número 10, de Il Divino, y que fuera orgullo de todo berutense que -acodado y bebiendo- contestaba la inevitable pregunta de todo forastero ante la belleza de una casaca única, y que parecía que ocupará todo el espacio. Enmarcada, ella, en un cuadro de madera lustrado y bajo un vidrio grueso, desde donde vio pasar hasta acá, más de 28 años.


Ahora, en ese lugar, está parado, mirando a la barra de pequeñas lajas de mármol: Roberto Baggio. ¿Qué hace “Il Divino”, el máximo goleador de la Selección Italiana, el que le hizo un gol de penal a Argentina en la última edición de la Copa del Mundo? ¿Qué mira el goleador del Vicenza, de la Fiorentina, de la Juventus, y que al año siguiente será elegido mejor jugador del mundo?


-Us-ted- co-no-ce- a- Ma-ra-do-na- , le pregunta un berutense ex jugador de fútbol de GIAT campeón del ´64, cuando Baggio, por fin, logra enderezar hacia el baño. Rápido, intervienen y tercian, los hermanos Allen, Bocha y Mingo.

-Che, solo que es italiano, no es necesario hablarle como hablan los indios en el cine.

Robi sólo sonríe, detrás de sus ojazos verdes, y así se pasará gran parte de la noche, muy tímido, pero expectante a cada detalle. Parece que solo se dedicará a recopilar cada una de las imágenes que se presentan nítidas ante su retina. Y también, como si evitara las reacciones para que un pueblo, directamente, y sin ninguna interrupción de su parte, disfrute de un momento único de gloria.

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“Mamá si me quieres, matame”
En Mayo del año 1985 Baggio pronunció una de las palabras que expresaron el mayor dolor de su vida. Gritó desde su camastro: “Mamá si me quieres, matame”, y la razón era el profundo dolor que sentía en una de sus pies por una lesión que lo había dejado fuera de las canchas. Estaba destruido.


Había nacido en Vicenza, hacía poco más que 18 años, en Febrero de 1967, y ahora se quería matar o, mejor dicho, que su mamá le quite la vida. Apenas había comenzado con el fútbol. Estaba enojado con la vida y con el mundo, con tener que pasar esos dolores, con tener que enfrentarse con esa interminable angustia. ¿Acaso no volvería nunca más a entrenar? ¿Acaso la medicina tendría respuestas para su profundo dolor? 200 puntos internos de sutura, entre otras intervenciones, lo dejaron deprimido y exhausto a uno de los jugadores que ya lo demostraba todo, pese a su juventud, en el Calcio. Casi solo, como siempre, había logrado el ascenso con su equipo el Vicenza, y se le presentaba esta prueba de seguir, o de abandonarlo todo. En ese tiempo se acercó al budismo. “Necesitaba algo que me haga entender que dependía de mí, siempre era de culpar mucho a los demás”, reconocería décadas más tarde.


“En un momento cuando estábamos hablando, con la dificultad que imprimía el idioma, él da a entender que tuvo un problema, que logró superarlo. En ese momento no le pregunté, pero luego con el tiempo entendí que se refería a los 200 puntos de sutura que había recibido, a las lesiones”, cuenta de esa noche el periodista, Rodolfo “Fito” Gómez, que fue a la cena enviado por el Diario La Opinión de Trenque Lauquen. Para entender el tema de las lesiones, vale una imagen muy clara cuando jugaba en el Brescia ya en la década del 2000. En una jugada lo golpean y sale lesionado en camilla, muy dolorido. Sin embargo, el dato de esa imagen es que la cámara le toma las dos rodillas y puede observarse claramente como están cruzadas por sendas cicatrices.


En 1986, fue vendido a la Fiorentina, y en ese club la descosió. En casi 100 partidos convirtió 55 goles. Es decir 1 gol, cada 2 partidos. Esa ciudad lo amaba tanto que, cuando lo vendieron a la Juventus, en Florencia se pudrió todo. Y se pudrió tanto que hubo 50 heridos y 15 detenidos. Fueron 3 días consecutivos de protestas. Llovieron piedras en la sede del club, ya que no había plata en el mundo que pudiera sanar la partida de un ídolo. Las tapas de los diarios así lo reflejaron. Al tiempo le tocó patear un penal contra la Fiorentina y se negó. Argumentó que conocían su estilo. Todos coincidieron en que no quería causar más dolor.

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Ya consagrado, jugó en el Mundial ´90 y le hizo un gol con carrera interminable a Checoslovaquia. Ese fue elegido como el gol del mundial. Baggio no era un desconocido para los argentinos, aún no había errado el penal contra Brasil en el Mundial de los Estados Unidos, pero sí lo recordábamos bien del Mundial ´90 y de su penal acertado, aunque por poco, frente a Sergio Goycochea. En ese partido casi lo había hecho de tiro libre. Jugaba con la camiseta número 15. También Roberto, fue uno de los primeros en levantar al defensor Aldo Serena cuando malogró el penal en la recordada semifinal en el estadio San Paolo, Napoles.


En el año 1993 fue el apogeo de su carrera, por lo menos en lo que tiene que ver con clubes. En el partido de ida, frente al Borussia Dortmund, en el Westfalenstadion, marcó dos goles inolvidables con la número 10. A la vuelta, en Turín, levantó la copa de la UEFA, y ese mismo año fue elegido Balón de Oro, algo así como mejor jugador de fútbol del mundo. Todos se rendían a sus pies. Faltaba el broche de oro que tenía que ser el Mundial de EEUU 1994.


En ese campeonato hizo todo bien. Goles, goles por todos lados. No paraba, batía la red cuando se lo proponía. Todo le resultaba fácil. Italia no jugaba bien, pero Baggio se cargaba el equipo al hombro, como lo hacía desde que era un bambino. Pero también cargaba esos dolores de la juventud que volvían una y otra vez como brasas ardientes y no lo dejaban en paz. En muchos de los partidos -incluso en la final- su rostro transmitía las puntadas tortuosas por las lesiones en la rodilla. De todas maneras, ahí estaban el gran capitán. Dos goles ante Nigeria, uno de penal en el alargue. Cuartos de final, frente a España, marcó a tres minutos del cierre y festejó besándose las manos y tirando los dedos al cielo. Doblete ante Bulgaria, en semifinal. Y llegó.


Llegó la gran final, frente a Brasil. Se definió por penales. Una foto dio vueltas al mundo y se publicó en todas las tapas. Esa mierda de foto, en realidad, vendía por tu tristeza inmóvil luego de malograr el penal, y los necios de los brasileños que festejaban detrás. Esa foto también indicaba que era más importante tu tristeza, que la alegría de los brazucas. No te lo merecías, campeón. En Beruti, todos lloraron por vos.

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No hay nada de ese material

“No hay nada de ese material. Sucede que antes, se hacían los programas en un cassette VHS con un sólo programa o las imágenes de la nota que se había hecho. Cuando llegó Cablevisión y se encontró con tantas cassettes ordenaron que se borraran las imágenes y que se usarán de nuevo, para tener un ahorro económico. Por lo tanto, todo el archivo desapareció”, recuerda con el paso del tiempo Roberto Rodríguez, periodista del Canal 4 de Pehuajó, que fue a la cena histórica acompañado por Domingo "Coco" Vazquez, camarógrafo.


“Era una mesa larga, como se hacen en las reuniones, los tablones largos. Nos acercamos los periodistas con los micrófonos, porque la cámara no se podía acercar por la gente. El cable que tenia era larguísimo y pasaba por arriba de la mesa, y a alguien se le ocurrió apoyar una copa de vino y cuando tiró se armó un desparramo bárbaro. De ese día no me quedó nada, solo lo que tengo guardado en la memoria”, subraya Rodríguez.


En la nota del diario La Opinión, Baggio contó: “Vine a visitar la casa de unos amigos. Para fotografiar y filmar, y también para para aprovechar a cazar que es algo que me gusta”. Un párrafo después, habla de Diego: “Maradona es seguramente un grandísimo jugador. Es un fenómeno inexplicable para los hinchas italianos, para todos en general, pero algo muy especial para los napolitanos. Es un jugador importantísimo, lo fue durante su paso por el fútbol italiano. A mi personalmente me gustaría que él retornara”. Recordemos que para esta fecha por orden de la FIFA y João Havelange, Diego estaba suspendido del fútbol y volvería meses más tarde con la camiseta de Newell´s y Sevilla, para meterse de lleno en el repechaje contra Australia, antesala obligada del Mundial 94. También mucho tiempo más tarde, compartirán un partido despedida. Los dos gordos, y con Robi luciendo un pelo -y una barba candado- super canosienta.


En ese nota habló también del fracaso tras ser eliminados por Argentina en las semifinales del mundial de Italia, y contó que se estaban preparando para el Mundial en Estados Unidos. Dijo: “Me gusta mucho Batistuta, porque se ambiento rápido al fútbol italiano e hizo muchísimos goles”. Era su primera visita a la Argentina y dijo que “es muy linda. Y que el fútbol argentino me gusta mucho”. Firmaba esa nota, Rodolfo “Fito” Gómez, enviado exclusivo de el Diario La Opinión.

La idea de la cena histórica le fue acercada a Roberto Mugica (se dedicaba a la guía para la caza de patos) con la comisión, Pedro Collareda, Edgardo Fernandez, Chingo Parrota, Anibal Barthez, Piti Balditarra, todos integrantes de ese momento de la comisión que trabajó sin parar y que armó una super cena en tiempo record.


Cuentan que Gustavo Mascardi, el representante de jugadores de fútbol fue quien acerco a la comitiva italiana a Beruti. Era socio con el presidente del Parma, y tiempo más tarde sería el artífice para que Hernán Crespo meta goles en el equipo italiano. Cuentan que en la cláusula de la renovación del contrato de Roberto Baggio, figuraba la compra de un un campo en la Argentina. “Se lo compraron en Ribera que no es justamente zona de patos, después él alquiló un campo más cerca de La Pampa”, precisa Mugica.


“Tiene pasión por la caza, si lo dejabas se quedaba todo el día cazando patos y jabalíes. Era su pasión. Y con muy buena puntería. Si vos lo dejabas se quedaba todo el día adentro del agua. Pasamos el día, comíamos asado en el medio del campo. En esos momento a él le importaba la caza y nada más. Preguntaba de todo: ¿Cómo nos organizabamos?, ¿Cómo conseguiamos los lugares?. De fútbol se notaba que no quería hablar, como que se quería desenchufar. El vino directamente en verano. Estuvo una semana en Beruti”, rememora Roberto Mugica, casi tres décadas después.


En esa casa por una apuesta, y medio en joda medio en serio, se pondrá en una noche de relax la camiseta del Parma. Nelvio y Pedraneschi aplaudieron rabiosos su cometido. “Sí esa foto hubiera circulado en ese tiempo en Italia, a Roberto lo mataban”, dice el Roberto de Beruti, testigo del hecho.

Ë qualcosa che non avrei mai immaginato

-Stasera mi sento molto felice, dice Baggio.

-Me siento muy feliz por esta noche, traduce el Presidente del Parma.

-Per tanto affetto e calore umano, pronuncia “Il DIvino”.

-Por tanto afecto y calidez humana, traduce el Presi.

-Ë qualcosa che non avrei mai immaginato, revela el Robi.

-Es algo que jamás me había imaginado, finaliza Pedraneschi.


Los berutenses ahora estallan. Y arranca la partida, bajo un estruendoso:


-Oleeeeeeeeeeeeeeee

Oleeeeeeeeeeeeeeeee

Bagioooooooooooooooo!


“Todavía resuena en mis oídos ese cántico. Fue algo muy lindo”, dice mientras mira las fotos Miguel Ángel “Chingo” Parrotta, luego va a mandar unos tres audios de whatsapp, uno de ellos de 8 minutos. Ahí lo contará todo.


Hace un tiempo Roberto Baggio fue invitada para ver al Barcelona de Guardiola en el Nou Camp, ya que Pep fue compañero cuando estuvieron juntos en el Brescia. Una cámara lo sigue desde que se toma el avión en la península hasta que llega a la ciudad catalana. Sorprendido por el nivel de juego, se pone más loco aún porque un tal Lionel Messi, muy joven y con fleco stone, le mete 4 goles (Sí, cuatro) al Arsenal de Inglaterra en un partido por la Champions League.


Después va al vestuario y juegan con el pizarrón de Pep, que aparece y charlan de sus tiempos de jóvenes futbolistas. De la nada surge Messi, en cueros. Con esa timidez tan característica, y tan sana. Hablan y ahí Roberto Baggio le dice que va siempre a Argentina. En realidad al dato primero lo adelanta Pep, y Baggio lo confirma. “Voy a cazar, voy a un campo cerca de Santa Rosa, La Pampa”. Y ahí, Messi, dice: “Nunca fuí, pero me dijeron que está buenísimo”. Después, Robi lo aconseja: “Nunca pierdas la humildad”.


Cultivar la memoria sana, cura, y aferra la vida porque la huella que produce se convierte en significado. Y por más que insistan desde las ciencias, no señores, las casualidades: no existen.


Por eso, Il Divino, sempre.

Fuente: Diario Nep