#Futbol

A cincuenta años de un triunfo inolvidable

Efectivamente, han pasado cincuenta años desde aquella histórica jornada. Es muy posible –casi me atrevería a afirmarlo con contundencia– que tras leer el primer renglón de esta nota, aquellos que fueron testigos, cercanos o a la distancia, del inolvidable triunfo de Jorge Farabollini en el Turismo de Carretera, estén preguntándose con un asombro próximo a la incredulidad: ¿Cincuenta años, ya? Para resignarse inmediatamente reconociendo: “Y... sí, pasaron cincuenta años”.

Porque para quienes vivieron aquel momento, la vida pasó demasiado pronto. Muy pronto para el gusto de la mayoría, pero –como dice el tango– el almanaque nos bate que hemos dejado atrás medio siglo desde que la bandera a cuadros, agitada nerviosamente por la mano del recordado Nelo Massola, certificó la victoria del “Ciudad de Pehuajó” en la Tercera Vuelta de Arrecifes, disputada el 30 de abril de 1961, dejando atrás a encumbradas figuras como Gálvez, Emiliozzi, Álzaga, Menditeguy, Cabalén, Marincovich, Risatti, Navone, Ríos y tantos otros.

Convencidos del tiempo transcurrido, debemos convenir que durante medio siglo se ha hablado y escrito mucho sobre lo que fue la primera victoria del piloto pehuajense en la más popular categoría del automovilismo argentino. Lejos estaban todos de pensar entonces que, dicha victoria, sería la única de toda su trayectoria deportiva y la única lograda por un hijo de esta pueblo en el TC hasta el presente. Pero ese es otro tema.

La historia cuenta que pasado aquel mediodía de abril y luego que el Ford azul y amarillo que conducía "el Gringo" -acompañado por Alberto Cabarcos- cruzara la línea de llegada, todo Pehuajó estalló en un grito de júbilo. Por eso, insisto, quienes lo vivieron no podrán olvidarlo jamás y seguramente lo tienen muy presente. Pero aquellos que no lo vivieron por simple cuestión generacional y sólo han escuchado las mentas de tal episodio, se equivocan si piensan en un Farabollini llevado en andas, con el buzo antiflama bajo pero atado a la cintura con las mangas y el casco en la mano; un Farabollini con una gorra de marca, perseguido por cámaras y micrófonos, o dando una conferencia de prensa entre carteles publicitarios y esculturales promotoras que cumplen a rajatabla la orden de sonreír y exhibirse. No fue así. No hubo nada de eso. Basta con visitar nuestro Museo Regional y ver el casco que llevaba, que es de los que utilizaban los jugadores de polo (seguridad: cero). Alcanza con mirar fotografías para comprobar que no existía el buzo ni calzado especial. Y por sobre todas las cosas, es suficiente con escuchar relatos a cerca de su personalidad como para entender definitivamente que se trataba de un muchacho de barrio, serio y tan trabajador como meticuloso. Un hombre de carácter fuerte, que hablaba lo justo y necesario y que no se llevaba bien con las exigencias de las relaciones públicas. Por eso, al terminar la carrera y ante la sorpresa de todos, emprendió el regreso a Pehuajó, decidido a no asistir al baile de gala que las autoridades habían programado con la consecuente entrega de premios. Jorge quería regresar enseguida. Estar en su Pehuajó, junto a los seres queridos que habían sufrido la carrera a la distancia. Volver a su taller, a su hábitat natural. Así era Jorge. Pero su sorpresiva determinación podía ser muy mal recibida por quienes querían agasajarlo como correspondía a un ganador del TC, de allí que tras ser recibido en nuestra ciudad fue convencido para regresar a Arrecifes, y lo hizo en un avión puesto a su disposición por una conocida firma feriera que constituía el cimiento económico de su campaña en el automovilismo nacional.

Jorge ganó con récord absoluto para el circuito arrecifeño y El Gráfico lo apodó: “Balazo”. Nadie imaginó que ésa sería su única victoria. Y así como a aquellos que peinan canas les costó convencerse de que ha pasado medio siglo del triunfo de Jorge, a los más jóvenes, acostumbrados a ver el actual espectáculo automovilístico que muestra la televisión, les resultará difícil convencerse de que un piloto que ganó apenas una carrera, que esquivó la prensa y los homenajes cuando pudo, que no generó conflictos dentro ni fuera de los circuitos y que tampoco fue un hombre carismático ni mucho menos una figura mediática, pueda ser el deportista más popular de la historia de nuestra comunidad y quizá uno de los más recordados y reconocidos valores pehuajenses hasta en los más alejados rincones del territorio continental argentino. La respuesta es muy simple. Anoten los jóvenes: “Jorge Farabollini tuvo lo que hay que tener. Eso que todo buen argentino respeta y venera: el valor de jugarse a fondo aún en condiciones desfavorables. Y es precisamente allí donde alcanzó su mayor predicamento, en una entrega total que incluyó, como todos sabemos, hasta su propia vida”.

Fuente: Roberto F. Rodríguez.