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El 6-1 no fue casualidad



Por Juan Pablo Varsky | Para canchallena.com Nadie lo discute. Entraron todas. La Argentina había pateado 66 tiros al arco antes de la semifinal contra Paraguay. El acumulado incluía bloqueados, desviados, atajados, en los palos y, por supuesto, los 4 goles. Cuatro. Nada más. Frente al mismo rival, en La Serena, había intentado 18 veces contra el arco de Silva. Anteanoche, en Concepción, el seleccionado ensayó 15 remates contra la valla de Villar. Diez fueron contra los tres caños, cinco desviados. La defensa paraguaya no pudo bloquear ninguno. Y en un solo juego, superó la cantidad de goles que había hecho en toda la Copa América (6 contra 4). Aquel 66 contra 4 entre etapa de grupo y cuartos de final ante Colombia deja un porcentaje bajísimo de 6,06 % en remates al arco. Este 10 sobre 15, con seis goles, cambia drásticamente la ecuación: 66,6% de efectividad.

Los datos de Opta invitan a analizar qué cambió, además de la porción de azar en el fútbol, para que la selección redondeara un verdadero festival de toque y goles. Empecemos por el primer gol. Llegó en un contexto de paridad. Paraguay presionaba muy bien organizado. Por los costados, usaba lateral y extremo. Por el medio, armaba una numerosa jaula para rodear a los pasadores argentinos. Los delanteros con los zagueros y Mascherano . Los mediocampistas con Pastore y Biglia . Los centrales achicando a la espalda de los medios para que Messi y Pastore no recibieran libres. Falta a Di María. Tiro libre desde el costado. La Argentina había tenido muchos contra Paraguay en La Serena. No había aprovechado ninguno. Los había jugado cortos, ideal para el rechazo del primer defensor guaraní y perjudicial para una eventual contra. Esta vez Messi lo tiró fuerte, enroscado y con la altura necesaria para evitar el primer obstáculo rival. Cargó Rojo sobre su marca y definió con oficio de delantero.

En el 2-0, Zabaleta pasó como wing y arrastró a Piris, marcador de Messi. Demichelis sirvió a Biglia que, bien pegado a la raya, juntó a dos y tocó hacia el medio. Messi recibió libre, como ocho. Pastore tomó el atajo, de diez a nueve. Agüero le liberó el camino, fijando a los centrales. Control, perfil y remate. Golazo. No sólo se trata de pasar la pelota, sino de darle sentido a cada pase con movilidad para desmarcarse y distraer al contrario. Así se fabrican situaciones más claras.

La Argentina mejoró la calidad de sus ataques y logró, con toques de pelota y el movimiento de sus jugadores, ofrecerle una opción más cómoda al rematador. La defensa paraguaya se había cansado de bloquear tiros en La Serena. En Concepción no tapó ninguno. Di María pateó la puerta en el segundo tiempo. El golazo del 3-0 cambió todo. Tras toques de Biglia y Messi de primera en propio campo, Mascherano rompió la presión de los medios paraguayos con otro pase de una. La sensual y elegante habilitación de Pastore le facilitó la tarea a Angelito, que completó el formulario.

El equipo cambió para que el rosarino se sintiera más importante. Salió del corsé y jugó de interior izquierdo, de 10. Como con Maradona y Sabella. Biglia de 8, Mascherano de 5 y Pastore de enganche. Número telefónico 4-3-1-2 bien definido. Tuvo más espacio y mejor panorama para expresar sus virtudes. Como puntero izquierdo, su juego ofrece una sola dimensión: correr y tirar centros. Había lanzado 52 entre etapa de grupos y cuartos. Tan sólo 13 para los compañeros. Anteanoche tiró apenas 3, uno medido a la cabeza de Agüero para el 5-1 parcial. La Argentina había abusado de ese modo para terminar sus ataques. En sus primeros cuatro encuentros, registraba 93 centros al área rival, con 28% de efectividad. Ante Paraguay solamente intentó cuatro. Messi volvió a hacer todo bien, con Pastore como socio fundamental. El equipo fluyó, sin ataques forzados ni tiros apurados. Se usó mejor la pelota. Se tomaron mejores decisiones. Y recuperó la contundencia. Entraron todas. El 6-1 no fue casualidad. Nadie lo discute.